Cuando la vida se celebra y la muerte se evita
Es frecuente que la noticia de un nacimiento despierte alegría, asombro, esperanza o alivio. Lo mismo ocurre con el anuncio de una boda: se anticipan los preparativos, las consultas, el festejo compartido.
En cambio, cuando llega la noticia de una muerte, la reacción suele ser muy distinta:
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Desconcierto.
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Abrumamiento.
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Desesperación.
Más allá de la tristeza inevitable, la muerte suele sentirse como algo fuera de lugar, impropio, casi como si no tuviera sentido.
Una enseñanza cultural: negar lo inevitable
Estas respuestas están profundamente arraigadas en nuestra cultura y educación. Vivimos en una sociedad que:
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Silencia la muerte.
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La considera un tema tabú.
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Evita hablar de ella.
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La presenta como una tragedia sin sentido.
Y sin embargo, repetimos con frecuencia frases como:
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“La muerte es parte de la vida”
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“Es la única certeza que tenemos”
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“A todos nos va a tocar”
Lo curioso es que, pese a estas afirmaciones, la muerte siempre nos toma por sorpresa, como si no estuviéramos preparados para enfrentarla.
El problema no es el duelo, sino la exclusión
Es importante distinguir entre el dolor íntimo por una pérdida -pena, rabia, vacío- y el rechazo colectivo a hablar de la muerte.
Este texto no busca minimizar las emociones personales, sino invitar a una reflexión social:
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¿Por qué no incluimos a la muerte como una posibilidad presente en la vida?
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¿Por qué intentamos postergarla o dominarla?
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¿Por qué no nos preparamos para ella, si es inevitable?
Hacia una cultura que acompaña también el final
Desde El Faro proponemos recuperar una mirada más humana e inclusiva sobre la muerte. Creemos que es posible:
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Nombrarla.
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Conversarla.
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Prepararse para ella.
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Acompañarla con sentido.
Porque así como una comunidad se organiza para celebrar nacimientos y matrimonios, también puede estar presente en los momentos de despedida.
👉 Una comunidad madura no le teme a la muerte, la reconoce como parte de la vida y se prepara para acompañarla con respeto y amor.