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Somos seres mortales, pero ¿realmente vivimos con esa certeza presente?
A lo largo de los años acompañando personas en procesos de fin de vida, he observado que asumir la finitud no suele ser parte de la agenda cotidiana. Vivimos como si fuéramos eternos, evitando mirar de frente esta realidad.
La muerte: impredecible y sin reglas fijas
La muerte llega de muchas formas:
- Puede dar señales o presentarse sin aviso.
- Puede ser un proceso prolongado o suceder de manera súbita.
- Puede ocurrir en la vejez, en la infancia o incluso antes del nacimiento.
No hay una “buena” muerte ni una muerte ideal. La muerte es, simplemente, parte de la vida, al igual que el nacimiento.
El desafío de integrar la muerte en la vida
Negar la muerte nos lleva a un sufrimiento innecesario. En cambio, podemos:
- Aceptar su presencia como una guía para vivir con mayor plenitud.
- Dejar de lado la resistencia y la ira que surgen de su negación.
- Practicar la conciencia de morir y renacer cada día, abrazando la transformación.
Asumir la finitud no significa rendirse ante ella, sino aprender a vivir con mayor intensidad y sentido.
Morir y nacer cada día
La muerte no es un enemigo, sino una maestra. Integrarla en nuestra vida diaria nos permite vivir con más conciencia y plenitud. Es tiempo de mirar la finitud de frente, de darle un lugar en nuestras reflexiones y de permitir que nos enseñe a vivir mejor.